Es curioso
cuando te das una vuelta por algunas residencias de la llamada tercera edad y
observas la media de edad de los residentes. 90, 95, 98….. Observas que estas edades
son las habituales en este tipo de centros, y ya no porque esas personas lleven
10 años viviendo allí, sino porque es el nuevo perfil del usuario de
residencia.
Esta generación
de nonagenarios, que pasaron tanto una guerra como una postguerra, son puros
supervivientes. Aquí si se hace gala de la llamada “selección natural”. Los que
sobrevivieron son genéticamente “los mejores”. Pero esta generación ha aumentado
considerablemente su longevidad. Con 80 años estas personas ya eran mayores,
pero la mayoría continuaban siendo independientes. Pero, ¿qué ocurre a los 10
años? ¿Y a los 20? Pues que acaban siendo dependientes en cierto modo, ya no
por una patología concreta, sino por pequeños deterioros cognitivos, porque el aumento
del riesgo de caída, de desnutrición, de deshidratación,…. Y ¿qué ocurre
entonces? Pues que sus hijos ya no están para cuidarles. Sus hijos tienen
alrededor de 70 años, ellos sí que presentan diversas patologías que les impide
ofrecer los cuidados necesarios a personas de edad tan avanzada, y para más
inri, además son los cuidadores de los nietos.
Veamos un
ejemplo del perfil que podría tener cualquiera de las personas de las que
estamos hablando:
Nombre: Manuel.
Edad: 97 años.
Patología: artrosis, movilidad reducida con alto riesgo de caída.
Hijos: María 72 años. Operada de las dos rodillas. Su marido sufre alzheimer. Cuida de sus dos nietas. Pepe 75 años. Diabético, problemas de visión. Su mujer cuida a 4 nietos, uno de ellos vive continuamente con ellos tras la separación de su hija. Juan 70 años. Vive fuera. No se puede hacer cargo.
Vivienda: hasta los 85 años estuvo viviendo solo en su casa en un pueblecito castellano, después pasó a vivir con sus hijos 12 años.
Su hija
María nunca pensó delegar su función como hija en otras personas, ella sabe que
no puede hacerlo, y tampoco puede obligar a sus hermanos. Siente culpabilidad. A
final toma la decisión de ingresar a su padre en un centro. Teme los
comentarios del resto de la familia, sabe que no van a entender que ella como
hija no siga cuidando a su padre. Pepe y Juan apoyan la decisión de su hermana.
María intenta
visitar todos los días a ver a su padre. Ya conoce a todo el personal del
centro y se siente en familia. Cuando llega, su padre se alegra de verle, y
juntos salen a la calle dar un pequeño paseo.
No puede
librarse de ese sentimiento de culpa que le incomoda y que le aparece cada dos
por tres, pero en el fondo sabe que ha tomado la mejor decisión. Intenta decirse
a ella misma que su padre no está abandonado, que tanto ella como sus hermanos
le visitan casi a diario, están pendientes de sus necesidades, pero no a costa
de su propia salud.